05 agosto 2007

Juro que fue así. Como reflexión obvia a los 70 minutos de un empate dominguero cuando, alejada del televisor y con el relato de fondo, una vez más, asumí el destino de mi cuadro como mi propio porvenir. De arranque agua con azúcar, con gusto a nada. En esto estaba cuando Moralez, sin sospechar estos pensamientos de taquito femeninos, disparó un centro que la cabeza de Sava transformó en gol contra las redes custodiadas por Navarro Montoya. Lo que vino después tiene más que ver con la definición propia del destino, que no deja de sorprenderme y, en ocasiones, alegrarme el alma de un modo inexplicable. En el fútbol, queda demostrado que se puede ganar aunque de afuera sólo se vea un empate. Todavía me lo cuestiono, sí, pero siempre entendí por qué soy de Racing.