25 julio 2007

La mujer que nunca amó se ubicó en la esquina de su casa y vio pasar por última vez su desdichado desdén. Le sacó la lengua y explotó en una carcajada que salió con saliva y todo. Ya vieja y un poco arrugada, por fin se dejó vencer por el desgano que tantas ganas de nada le daba. Murió sentada, quieta y sola. Aceptándose como nunca se resignaron a verla: patéticamente descorazonada.